Wednesday, April 10, 2013


LA VIOLETERA DE HEMINGWAY



Tenía 18 años cuando supe de Sara Montiel. Mis padres me habían domesticado en  el españolismo y aquello de la canción hispana venía a mi mente porque siendo un niño me arrastraron hasta el Teatro Avenida para ver zarzuelas y cantares de la Madre Patria. Este recuerdo me llega porque Sara Montiel y Ernest Hemingway tuvieron una química endiablada que trascendió más allá de la anécdota de los puros cubanos. Eso de que el borracho le enseñó a la cupletista a fumar cigarros es un cuento de niños. Lo que pasó entre ellos fue el resultado del sexo alocado y del alcohol consumido en exceso. Ninguno de los dos era primerizo, jugaron al amor libre y a la carne ardiente.
Lo cierto es que esta mujer escandalizaba y hacía palpitar el corazón a cualquiera que tuviera los pantalones bien puestos. Fue ese tipo de diva que uno la quería tener una noche completa en la cama y si alcanzaba el aliento desayunar desnudo en la playa. Por algo nuestro Hemingway se perdió entre las sábanas con ella y más de un delirante habló sobre su persona como si se tratara de un sueño imposible.


Sara Montiel falleció  a  los  85  años  en  su  casa  del  madrileño  barrio  de Salamanca. La muerte la sorprendió mientras se preparaba para asistir a una consulta con su oftalmólogo. El médico personal llegó cuando ya  estaba muerta. La actriz y cantante había nacido en 1928 en Campo de Criptana, en el seno de una familia de campesinos. Su padre, apenas ganaba para alimentar a la familia, y según contaba la propia Sara, ella y su hermana tenían que comer raíces o robar en las huertas para saciar el hambre. “Pero desde niña fui increíblemente bella”, decía de sí misma, y ello la transportó al cine en poco tiempo. Fue descubierta por el director de la revista Triunfo, José Ángel Ezcurra, y luego, de la mano del hábil Enrique Herreros, humorista, pintor, director y, en general, hombre de talento, cambió su nombre real, Maria Antonia Alejandra Abad Fernández, por el más sonoro de Sarita Montiel.






Quizás fue, efectivamente, la más bella, o al menos la más fascinante. Sara Montiel aportó al cine español de los años sesenta una sensualidad desconocida en las pantallas hispanas. Un hermoso cuerpo bien lucido, la mirada insinuante, el busto provocador, unido al personaje de mujer libre en el amor que la hizo famosa, despertaron en el público una pasión que la convertiría en la máxima estrella de esa época. Pero su carrera no fue siempre un camino de rosas. En su vida, realidad y ficción se confunden con frecuencia y es difícil establecer dónde acaba una y empieza la otra.





Contaba que empezó a leer y escribir en México, enseñada por León Felipe ya que en Madrid no lo había hecho Miguel Mihura, “el hombre que me hizo mujer”, y que hasta entonces, para interpretar sus primeros papeles en el cine —Empezó en boda (1944), Locura de amor (1948), Pequeñeces (1950)…— tenía que aprenderse de memoria los textos que le iban leyendo. Pero ya cantaba con una bonita voz y, lo que fue más novedoso, de forma que se entendiera la letra de los cuplés. Así lo hizo, y bien, en Se le fue el novio (1945) y Mariona Rebull (1947).








Pero como no lograba el triunfo con el que soñaba, se marchó a México, donde intervino como protagonista en una docena de películas de éxito, a destacar Cárcel de mujeres (1951) y Piel canela (1953), en las que aparecía guapísima y por las que fue reclamada para intervenir en Veracruz (1954) junto a Gary Cooper y Burt Lancaster. La Montiel contaría luego sus buenas relaciones con Cooper y cómo ella le ayudó a soportar el sol en los ojos en los rodajes en exteriores. “Yo te apaño”, y ni corta ni perezosa le aplicó en los ojos dos gotas de anestesia al protagonista de Solo ante el peligro. Eso contaba la Montiel. Pero fuera como fuese, en Hollywood intervino igualmente en Yuma (1957) y Dos pasiones y un amor (1956), en la que intimaría con el director, Anthony Mann, con quien finalmente contrajo matrimonio civil.





Mientras tanto, Sara Montiel había intervenido en una modesta película española, que su productor y director Juan de Orduña tuvo que malvender para concluir el rodaje. Contra toda previsión, el estreno de El último cuplé (1957) fue clamoroso. Más de un año se mantuvo en cartel, circulando luego por múltiples países de Europa y América, afianzando con ello la presencia de una nueva Sara Montiel, descubierta como sex-symbol y también como cantante, una carambola que le llegó al haber rechazado Concha Piquer interpretar las canciones de la película. Los éxitos se sucedieron imparables: La violetera, Carmen la de Ronda, Pecado de amor, La reina del Chantecler… Fue entonces cuando se corrió la leyenda de que Sara Montiel imponía su criterio en el rodaje y en la fotografía. Se cuenta que filmando Mi ultimo tango llegó tarde a la estación de tren en que se debía rodar una escena. La acción transcurría en un crudo invierno y así estaban vestidos los figurantes. “Pero, Antonia”, le dijo el director al verla llegar vestida de verano, “¿cómo vienes así? Mira cómo están todos…”, y ella, sujetándose con energía los pechos, replicó: “¿Y el público qué quiere ver en el cine, a éstos o a éstas?”. Y se salió con la suya.





Las anécdotas que se cuentan de la Montiel son infinitas, muchas de ellas disparatadas, como algunas que ella misma escribió en sus diversas autobiografías. Que si James Dean se mató en el coche tras una frenética tarde de amor con ella, que si le tiraban piedras en España al no estar casada por la iglesia… Pero fue cierto que con el tiempo la Montiel imponía o expulsaba a los directores. Jordi Grau fue reemplazado por Luis Marquina a instancias suyas durante el rodaje de Tuset Street (1968), y eligió a Mario Camus y Juan Antonio Bardem, para Esa mujer (1969) y Varietés (1971), respectivamente. Luego, Cinco almohadas para una noche (Pedro Lazaga, 1974), fue un fracaso, y el mito de Sara Montiel en el cine desapareció con ella.






Casada con el empresario mallorquín José Tous, la Montiel hizo pinitos en el teatro, haciéndose acompañar de otras grandes de la canción (Josephine Baker, Olga Guillot, Celia Gámez… ) o actuando ella sola, atreviéndose a todo, con música de rap: Saritísima, Taxi, vamos al Victoria… Pero la estrella no levantó el vuelo. Puede que a Sara no le importara ese declive o el no haber sabido aprovechar las oportunidades que le llegaban, como la de Pedro Almodóvar para una de sus películas. El caso es que en los últimos años sólo se hablaba de la Montiel por sus extraños romances, pálido reflejo de los que había presumido. Pero haciendo balance de su vida ella se sentía satisfecha al recordar la pobreza en que había vivido, su ilusión por ser “alguien en la vida”, algo imposible de imaginar entonces, y ahora, resumía, “todo es como sueño: lo inalcanzable, alcanzado, como en un cuento de hadas”.

En 1966, cuando se presentó en Argentina junto a Mariano Mores, dijo: "Mis intérpretes preferidos son Gardel, en tango, y Sinatra en la canción americana. Estoy totalmente gardelizada. Fui yo quien lanzó el tango en España".

Sobre Pedro Almodóvar deslizó: "Adoro las películas de Pedro. Es maravilloso, pero no pudo convencerme". Sin embargo, el director en la película La mala educación le rindió su homenaje.

Sara Montiel ya es historia, la recordamos con su sincera opinión. Mi vigencia se debe a que siempre fui yo misma, a que no engañé al público, a mi total entrega en cada actuación".








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