Wednesday, October 10, 2012

HEMINGWAY, FONTANARROSA Y EL LIBRO DE PATERNINA







Estoy convencido que el negro Fontanarrosa se quedó con el libro para léelo sin apuro. De otra forma no le encuentro explicación. A ver si ustedes coinciden conmigo. El sábado viajé a Rosario para encontrarme con un amigo quien presentaba su libro de cuentos. Toda la ciudad estaba invadida por aficionados al rugby. Como viejo jugador, yo también me sentía parte de esa gente que se había puesto la camiseta de la selección argentina para alentar a Los Pumas. Otro hecho deportivo se sumaba y me inquietaba. El domingo jugaba Vélez contra Nells y mi corazoncito estaba intranquilo. El tiempo era de terror: llovía, después llovía y finalmente…llovía. Cerca de las 11 nos juntamos en el café Flora y desayunamos mirando el río. El Paraná esperaba alguna señal nuestra. No hubo señal, nos entretuvimos hablando sobre lo cambiada que está Rosario y criticando a un grupo de mujeres que charlaban a los gritos. Finalmente llegó la hora de la verdad, mi amigo sacó el libro de un sobre verde y me dijo: “ya te lo dedico”. Yo quise hacer lo mismo con el mío, pero con el apuro me lo había olvidado en el hotel. Ante esta distracción, me disculpé: “a la noche te lo muestro”. Hasta aquí todo bien (o mal). Nos separamos a las dos y me fui a descansar al hotel. Desperté y seguía lloviendo. Bajé hasta la cafetería y pedí un té. En la pantalla del plasma un relator deportivo que no conozco hablaba sobre el encuentro de Los Pumas mientras mostraban escenas de los partidos anteriores. Aproveché y llamé a otro amigo, sentenció que esta noche, después de la presentación del libro, nos vamos a “copetear a El Cairo”.
Volver al café El Cairo es muy fuerte y tratar de buscar en una mesa al negro Fontanarrosa, doloroso.Regreso, la lluvia continúa, Hemingway y Fontanarrosa no están. Me lamento y pienso: se fue y yo tenía tantas cosas que preguntarle, ¿qué mierda estás haciendo?, “mira Negro, este libro es muy bueno, son los relatos finalistas del concurso ‘Tinta, sangre y vino’ que organizó las Bodegas Paternina con motivo de cumplirse el 55 aniversario de la visita de Hemingway a la bodega.




Como expresó Elvio Gandolfo: “Ahora se hizo realidad literal lo que puse una vez en una contratapa: cuando escribía, Fontanarrosa se instalaba en una Mesa de Galanes intemporal donde charlan Roberto Arlt, Hemingway, Mark Twain o Chejov. Ese cuarteto se debe estar divirtiendo mucho en este momento”. Suena el celular y es otro amigo escritor que me insulta porque llegué a Rosario y no fui capaz de llamarlo. Me disculpo y le digo que a la noche nos juntamos en El Cairo así charlamos de todo un poco. Ya voy calentando los motores. A las 20, la repetida mesa donde se ubica el autor y los dos analistas que elogian las virtudes del escritor, y en el pasillo, los libros elegantemente dispuestos, para que uno extraiga del bolsillo del pantalón los 80 pesos que vale la obra, no sin antes decir: “hay que apoyar al amigo”.




Rituales que siempre se repiten mientras uno le pregunta al que juega de local, quien es esa rubia despechugada que regala una sonrisa a todos los viejetes que se relamen pensando en terminar la noche a lo Sabina. Vuelvo a la habitación, preparo la ropa y marcho al baño para ducharme. El sobre con el libro lo dejo sobre la cama para no olvidármelo. Bajo al lobby y espero que me pasen a buscar. Observo la pantalla del televisor y ahora ya se ve al público en el estadio de Rosario Central. Me avisan que está un auto en la puerta esperando. Con el sobre en la mano salgo y saludo ¿Todo bien?, Sí, todo bien, respondo. La sala es chica y está repleta, saludo y me ubican en un asiento reservado de la tercera fila. A mi lado una señora perfumada en exceso me pregunta si soy escritor. Cometo el error de decirle que sí. “Yo soy poeta, acaban de premiarme en Victoria”.Le sonrío ¿Usted es poeta? No señora, soy investigador…Ah, otra especialidad…Comienza el acto y ya quiero irme. Trato de no incomodarme pero siempre me pasa lo mismo. Por fin las palabras de agradecimiento de mi amigo y los aplausos. Me cruzo con mi otro cofrade y me recuerda: “Nos vamos para El Cairo”.
Afuera llueve. Llegamos al café y siento que algo me va a suceder. No puedo explicarlo, ese lugar me despierta admiración y melancolía. Ocupamos la mesa al lado de la ventana, la lluvia es más intensa. Ordeno un mojito y la mesera se excusa porque no hay menta. Pido una Cuba Libre. Ahora llueve torrencialmente. Mi amigo todavía está con el sonido alegre de la presentación. Mi otro amigo me pregunta si viajo nuevamente a Europa por el viejo borracho. Le respondo que estoy tratando de organizarme porque tengo una invitación de Cuba y otra de Italia. Del bolsillo de su campera saca un libro que quiere regalarme. “Mirá, es una edición de autor, acá las editoriales no te dan bola y menos si es poesía. Lo presenté en el Colegio de Escribanos. No vendí nada”. A nuestra mesa se acerca una señora que se presenta como relacionista. Mi amigo le dice que yo soy “el tipo de quien te hablé”. ¡¡¡Qué placer conocerlo…usted es el sabe de Hemingway!!! Se sienta. Me parece que quiere noche. Llueve…llueve y llueve. Me disculpo y voy al baño. Me encuentro con la escultura de Fontanarrosa y quedo electrizado.




Lo miro y parece decirme: “…Y el libro de Paternina!!!”. Vuelvo. Apuro un trago de la Cuba Libre y muestro el libro. Mi amigo me lo arrebata y busca mi relato. “La leyenda del vino… qué buen título…un grande mi amigo”. A la relacionista le estallan los ojos y no sabe cómo hacer para arañarlo. Un trueno quiebra el hechizo. Una parejita se detiene frente a la ventana y se besa. La lluvia tapa a los autos. Me parece que de aquí no nos vamos hasta mañana. Retorna el libro a mis manos y lo guardo en el sobre. Mi amigo me dice que Los Pumas perdieron. Mi otro amigo que es de Nellws me desea lo mejor para mañana. La relacionista nos invita a todos a comer a la parrilla Güemes. Le digo que mañana estoy saliendo temprano para Buenos Aires. Insiste. Guardo silencio. A pesar de la lluvia salimos. El auto está estacionado a mitad de cuadra. El sobre con el libro lo preservo en el interior de mi campera. Apuramos el paso. Un indigente me pide una moneda. Le doy dos pesos. Subo al auto. En el trayecto mi amigo me obliga a que desayunemos antes de la partida. Acepto. El ómnibus parte de la terminal a las 11.30. Llegamos al hotel y me despido. Subo a mi habitación y abro el cierre de mi campera. Sorpresa, infarto, pánico, todo junto. El sobre con el libro no está. Sudor frío, bronca ¿Lo perdí en el trayecto del café El Cairo al automóvil? No, ésta fue una trampa del negro Fontanarrosa. Él quería leer todos los relatos del concurso “Tinta, sangre y vino” y yo fui tan maleducado que no se lo mostré.


Ustedes dirán si estoy equivocado. Para mí, el negro está masticando los relatos y Hemingway lo mira atentamente. Perdón Papa. Gracias Fontanarrosa.




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