Tuesday, February 19, 2008


LUCY ENTRE LENNON Y HEMINGWAY

Lucy es la dueña de “Tío Pascualito”. Tiene 40 años y muy pocos saben que la bautizaron Lucy, por la canción de Lennon y McCarney “Lucy in the Sky with Diamonds”.
Esta Lucy que estudió economía y abandonó la carrera por cansancio emocional, nada tiene en común con Lucy O’Donell, nacida 1963 en Weybridge, quien se sentaba en el mismo banco junto a Julian Lennon en la Heath House Scholl. Lucy es la hija de un rockero protestón que aún usa jean desteñido y ajustado, botas tejanas y campera de cuero, conduce una Harley Davinson, fuma marihuana y lleva en cada dedo de su mano derecha un anillo vulgar. Nunca trabajó – soy músico, justifica- y tuvo la suerte de recibir dinero fresco de parte de un tío que amasó su fortuna a fuerza de cobrar intereses mezquinos a los pequeños comerciantes de un pueblo llamado Redención, en la provincia de Buenos Aires. El usurero que respondía al nombre de Pascual Tomassi, una noche debió huir por los techos de su casa porque un deudor enfurecido lo perseguía para matarlo. Pascual – Pascualito – para los amigos, llegó a la gran ciudad y se instaló en el barrio de Monserrat donde abrió un almacén de bebidas. Con el tiempo el lugar se hizo famoso por las reuniones secretas de algunos malvivientes ligados a la prostitución y al negocio del contrabando. Al morir Pascualito- nunca se supo si por enfermedad o envenenado- su hermana Sarita se puso al frente del negocio porque su amado hijo Antonio estaba totalmente dedicado a la música. Sara luchó en vano y cansada decidió alquilar el ahora café a dos ilusionados jóvenes que pensaron en hacer del lugar un espacio alternativo dedicado a la poesía ciudadana y al encuentro informal. Fracasaron. Todo volvió atrás. Antonio que seguía con sus letras y su guitarra, le pidió a su hija Lucy que se ocupara del comercio y a Sara le recomendó que la ayudara. Así surgió “Tío Pascualito”, una mezcla de casa de comida casera, restó, cafetería y bodegón ecléctico. Hace un año, Sara falleció de un cáncer de estómago y el rockero Antonio, para no tener que trabajar, decidió ceder toda su parte a su hija con la condición de no ser abandonado con vida. Aquí es donde los socialistas resentidos clavaron la bandera y declararon al espacio escénico de “interés cultural”. Todavía no sé bien qué es este reducto. Me recuerda al oscuro bar Dos Hermanos, en la Avenida del Puerto de La Habana Vieja donde supo almorzar Federico García Lorca y el mafioso Al Capone y por el que pasaba y se detenía a tomar un mojito Ernest Hemingway. Allí estuve y un conjunto de músicos preparados para cualquier batalla que cantó “Flores Negras”. Un viejo moreno al que tuve que pagarle su copa, me dijo que Ernest reunió en una de sus mesas a sus “soldados” para luchar contra los invasores alemanes y también me relató que Ava Gardner completamente borracha una madrugada sofocante casi se desnuda después de bailar.
Tío Pascualito no será Dos Hermanos pero tiene su historia.

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