Sunday, January 27, 2008

EL VECINO STEINHART

Cuando escucho el apellido me quedo helado. El hombre alto, de unos setenta años, canoso, ojos azules, vestido con un traje de Zegna y finamente perfumado, repite: “Steinhart”.¿Será el mismo?, me digo. Estoy convencido que no sabe que yo sé que si es pariente del famoso Steinhart, no puedo decirle que su antecesor fue un hijo de puta. Tampoco es ningún pecado ser familiar de un cagador, él debe tenerlo bien en claro. Tal vez sea nieto o sobrino de Frank Steinhart o quizás, todo forme parte de una coincidencia. Con él está un tal Company que se presenta como “Esteban” y es el encargado de los tragos exóticos en Bo Bo, el restorán gourmet del hotel boutique de la calle Guatemala 4882. Son la 19.30 y el lugar comienza a llenarse de esos amigos del after office. Todos estamos esperando a Pierette quien aviso que llegaría unos minutos más tarde. Me siento incómodo en este ambiente. No soy amigo de los lugares de relajación vespertina. Steinhart vive en Punta del Este y se dedica al negocio inmobiliario. Con Pierette van a inaugurar en Buenos Aires un hotel exclusivo para extranjeros. Mi presencia en este lugar no tiene relación alguna con el proyecto, todo vino al caso porque Pierette me insistió en que “conociera a su socio, un hombre que estuvo en Cuba y sabe mucho sobre Hemingway”. Por supuesto desconocía que se trataba de Steinhart. El legendario Steinhart era el vecino de Hemingway en Finca Vigía. El padre de Frank había sido el propietario de la Havana Railway Co., la compañía de tranvías instalada en La Habana a principio de 1900. Todo indicaba que el alemán transportista era un excelente negociador con los mafiosos estadounidenses pero, más allá de la aventura fenicia, la relación de “Hem” con Frank no era de lo mejor. Es que Ernest le gustaba jugar con la pirotecnia y siempre encontraba un motivo para alegrarse haciendo tronar algunos petardos. Papa volvía loco al alemán con cohetes y bombas de mal olor que arruinaban las fiestas del empresario y el germano tratando de poner límite al norteamericano le soltaba los perros y siempre se le escapaba algún disparo de pistola. Mary logró acercar a las partes, pero todo fue un suspiro. Incluso en su libro, la Welsh hace aparecer a los Steinhart como buenos y atentos vecinos.
Ahora yo estoy con Teodor Steinhart y lo escucho hablar sobre Hemingway de una manera admirable. Parece un enamorado de sus aventuras y picardías y me recuerda haber estado en Cuba después de la Revolución cuando la mansión de la Steinhart ya no era la residencia de lujo y sí en cambio se había transformado en la escuela secundaria Fernando Chenard Piña, en homenaje al fotógrafo revolucionario muerto en el cuartel Moncada el 26 de julio de 1953.Teodor no parece darle importancia a sus antepasados y cuando le nombro a Frank me responde: “un nazi fanfarrón”.
Saludo a Pierette y me despido de Steinhart. Teodor levanta su copa de cerveza y con su mejor sonrisa me deja tranquilo que no tiene ningún pelo de tonto. Son las 21 y este lugar parece estar repleto de gente que no me interesa.

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